MODESTAS
REFLEXIONES SOBRE LA FE
El sentido religioso es el
resultante de la fe de cada persona. Cada una intuye con mayor o menor firmeza
la existencia de algo o alguien trascendente.
Por lo tanto, la aceptación de lo
trascendente y su sumisión a él, constituye lo que denominamos con la palabra
fe.
De esta manera estamos incluyendo entre los
“creyentes” a multitud de personas que, a pesar de sus dudas y errores, se
direccionan hacia él.
Aún las religiones más rudimentarias
lo han hecho y lo siguen haciendo.
En el Nuevo Testamento, la fe de la que se
nos habla es una fe cristiana: actitud de confianza en Jesús (sinópticos); de
aceptación de la buena noticia anunciada por él (S. Pablo); sumisión y amor al
Hijo de Dios (S. Juan). Una fe que sobrepasa el sentimiento y la razón y obliga
a vivirla en las obras (Santiago), que es lo que denominamos “fides formata
caritate”, es decir una creencia que lleva implícito el amor a Dios y al prójimo.
El Concilio Vaticano I, se vio en la
necesidad de aclarar ciertos conceptos sobre la fe, y la definió como una
virtud sobrenatural por la cual creemos lo revelado por Dios y propuesto por la Iglesia.
El Concilio Vaticano II acentúa la obligación
de la respuesta del hombre a la revelación divina.
Podemos decir que el conocimiento de fe es
esencialmente oscuro, si lo pretendemos como una evidencia científica. Sólo en
la gloria “veremos” a Dios tal cual es. Pero esa percepción no constituye una
postura irracional, simplemente ocurre que admitimos otra, que no está
constreñida a las evidencias ni de la razón puramente humana ni de los
sentidos. Que no todo lo que existe es lo que podemos ver o mensurar, y que la
negación o las burlas del racionalismo,
se producen por querer someter lo divino a la limitación de la razón humana. Lo
que puede ser captado de esa manera no es religión, sino dato científico. Una
cosa es lo que creemos y otra lo que científicamente sabemos. Las posibles
dudas son propias de los creyentes y de los no creyentes.